viernes, 6 de abril de 2012

Un poco menos

Llegaron a la par el número de febrero y el de marzo de Cuadernos Hispanoamericanos, pero esa no es la noticia. La noticia es que llegaron. Porque viendo los recortes que está haciendo el Gobierno de España a la ayuda a la cooperación, y más concretamente en el caso de AECID (Agencia Española de cooperación internacional al desarrollo, que es la editora de los Cuadernos) que alcanza la vergonzosa cifra de un 74% menos, estaba temiéndome lo peor.
Estaremos atentos y ojalá no tengamos que dar malas noticias.

Por lo pronto tenemos dos nuevos "prólogos" de Benjamín Prado, el director de los Cuadernos Hispanoamericanos, en sendos números. Hoy comenzaremos por el final, por el más reciente, por el 741 de marzo de 2012, que ustedes lo disfruten:

Un poco menos en el más allá
Por Benjamín Prado, Cuadernos Hispanoamericanos nº741
El tiempo pasa deprisa para los muertos. Sobre todo si no los has olvidado, porque lo que está presente está cerca, está dentro, está un poco menos en el más allá. Por ejemplo, el poeta Luis Rosales murió hace veinte años y el poeta José Hierro, hace diez, pero ninguno por completo, porque sus obras aún siguen aquí, algo que sirve para que lo que dicen los números lo desmientan las palabras que ellos mismos escribieron. El autor de Diario de una resurrección, por ejemplo, murió en 1992, pero acaba de publicar en la editorial Visor un volumen que contiene El libro de las baladas y Romances de colorido, los dos escritos hacia 1930 y ninguno suyo del todo, porque ambos seguían la estela de Federico García Lorca, sobre todo la que marca su Romancero gitano. Sin embargo, uno y otro dejan muy claro que cuando aún no era él enteramente, Rosales ya era un apunte de gran poeta, un joven que con sus primeros pasos dejaba huellas inversas, es decir, que llevaban al futuro, hacia el maestro que sería cuando escribiera La casa encendida. Que la profesora Xelo Candel Vila haya recuperado estas creaciones juveniles de Luis Rosales, llenas de deudas y ecos pero también de señales esperanzadoras, sirve para descubrir todo eso y también para tirar de su creador hacia este lado de 1992, la fecha de su desaparición. Y la cultura es eso, correr en dirección contraria a los calendarios, evitar que lo que tiene valor se silencie y desaparezca, algo difícil en esta era dominada por las urgencias, los resultados inmediatos y la búsqueda continua de novedades.

Las fundaciones Gerardo Diego y José Hierro y la Casa de Cantabria en Madrid, por su parte, han conmemorado los diez años de la desaparición del autor de Quintra o el Libro de las alucinaciones con un pequeño tomo, Mi Santander 4, en el que reúnen textos y dibujos suyos. Es un homenaje modesto, pero también contribuye a que su figura se mantenga viva. En su caso, además, su fama tiene algo de ajuste de cuentas con el olvido, ya que pasó media vida ente brumas, sin escribir, o al menos sin publicar, durante casi treinta años, hasta que rompió ese paréntesis con Agenda, en 1991, y siendo más reconocido que conocido porque nadie dudaba que era un nombre imprescindible de la literatura de posguerra pero muy pocos lo leían. El prestigio que hoy lo mantiene a flote es un eco de la celebridad que consiguió con la publicación de Cuaderno de Nueva York y tras ser galardonado con el premio Cervantes. Y es también una buena disculpa para regresar o entrar por vez primera en su obra, por ejemplo a través de la más reciente edición de sus Poesías Completas (1947-2002), publicada por Visor.
"La madera de los ataúdes de todos los que estamos en la sala está ya cortada", dice Federico García Lorca en uno de los dramas inacabados que incluye su Teatro completo, recién publicado por Galaxia Gutenberg. Es otra recuperación interesante, por mucho que el legado del autor de La Casa de Bernarda Alba no corra ningún peligro, porque es una presencia abrumadora. Pero un tomo como éste, con todas sus tragedias y sus esbozos reunidos, simpre es una buena noticia. "Ver la realidad es difícil. Y enseñarla, mucho más. Es predicar en el desierto", dice en Comedia sin título. O sea, que es algo admirable, tanto como todos los esfuerzos que se hagan por conservar en pie nuestra cultura. La de antes y la de ahora.

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